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Introducción a “El gobierno del hombre endeudado”

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de MAURIZIO LAZZARATO

Austeridad

«Los 500 más ricos de Francia han aumentado en un año su fortuna un 25%. En diez años su riqueza se ha cuadruplicado y representa a día de hoy el 16% del PIB del país. Equivale al 10% del patrimonio financiero de los franceses, esto es una décima parte de la riqueza está en manos de una cien milésima parte de la población» («Le Monde», 11 de julio de 2013).

Mientras a los medios de comunicación, a los expertos, a los políticos se les llena la boca de balances presupuestarios, asistimos a una segunda gran expropiación de la riqueza social, tras la llevada a cabo desde las finanzas a partir de los años ochenta. La particularidad de la crisis de la deuda es que sus causas se asumen como un remedio. Un círculo vicioso que no es un síntoma de la incompetencia de nuestras oligarquías, sino de su cinismo de clase, porque persigue un fin político preciso: destruir la resistencia residual (salarios, rentas, servicios) a la lógica neoliberal.

Deuda pública

Con la austeridad las deudas públicas han alcanzado cifras record, lo que significa que las rentas de los acreedores también han alcanzado cifras record.

Impuesto

El impuesto es el principal instrumento de gobierno sobre el hombre endeudado. El impuesto no viene después de la producción y no tiene una función meramente distributiva. Al igual que la moneda, que no tiene un origen comercial, sino directamente político. Cuando, en la crisis de la deuda, la moneda no circula ya como instrumento de pago ni como capital; cuando el mercado no garantiza ya funciones de medida ni de asignación de recursos, entonces interviene el impuesto como instrumento de gubernamentalidad política. El impuesto garantiza la continuidad y la reproducción del beneficio y de la renta bloqueados por la crisis; ejerce un control económico-disciplinar sobre la población; mide la eficacia de las políticas de austeridad sobre el hombre endeudado.

Crecimiento

Hoy Estados Unidos está en punto muerto. El motor de su maquinaria gira, pero no avanza. Y el motor gira únicamente porque la Reserva Federal compra cada mes 85 mil millones de títulos del Tesoro y de obligaciones inmobiliarias y desde 2008 garantiza dinero a coste cero. Estados Unidos no está en recesión sólo porque recibe una continua transfusión monetaria y, a pesar de esto, es incapaz de sacar al resto del mundo de una crisis  que ellos mismos han provocado. La enorme cantidad de dinero inyectado cada mes por la Reserva Federal se limita a producir un ligerísimo aumento de puestos de trabajo, la mayoría en el sector servicios, con sueldos bajísimos y a tiempo parcial. De este modo continúan reproduciendo las causas de la crisis y no sólo porque la brecha entre las diferencias salariales entre la población no cesa de aumentar, sino porque se perpetua el fortalecimiento de las finanzas.

Mientras la política monetaria fracasa en reactivar la economía y el empleo, con el riesgo de alimentar otra burbuja financiera, favorece el boom económico de sólo un sector, el financiero. La enorme disponibilidad  de dinero puesta a disposición de la economía va a parar principalmente a los bancos que, de paso, no dejan de enriquecerse. A pesar del débil crecimiento de los otros sectores, los mercados financieros han alcanzado niveles record.

Todos están esperando el crecimiento, pero otra cosa se entrevé en el horizonte: supremacía de la renta, desigualdadades abismales entre trabajadores dependientes y sus jefes, gigantescas diferencias patrimoniales entre los más ricos y los más pobres (en Francia la relación es 900 a 1), clases sociales cristalizadas en su reproducción, bloqueo de la ya débil movilidad social (sobre todo en los Estados Unidos donde el «sueño americano» es ya sólo un sueño), todo esto, más que en la creatividad destructiva del capitalismo, hace pensar en el Ancien Régime.

Crisis

Cuando hablamos de crisis, obviamente nos referimos a la crisis  que estalla en el 2007 tras el colapso del mercado inmobiliario estadounidense. En realidad se trata de una definición restrictiva y limitada, ya que desde 1973 estamos en crisis. La crisis es permanente: sólo cambia su intensidad y el nombre que se le da. La gubernamentalidad liberal y neoliberal se ejerce en el pasaje que va de la crisis económica a la crisis climática, a la crisis demográfica, energética, alimentaria y así sucesivamente. Variando el nombre, sólo varía el tipo de miedo. Miedo y crisis constituyen el horizonte insuperable de la gubernamentalidad del capitalismo neoliberal. No saldremos de la crisis (como mucho cambiará de intensidad), simplemente porque la crisis es la modalidad de gobierno del capitalismo contemporáneo.

Capitalismo de Estado

«El capitalismo no ha sido nunca liberal», ha sido siempre capitalismo de Estado». La crisis de la deuda soberana muestra sin ninguna duda la pertinencia de esta afirmación de Deleuze y Guattari. El liberalismo es sólo una de las posibles formas de subjetivación del capitalismo de Estado: soberanía y gubernamentalidad van siempre de la mano y en concierto. En la crisis los neoliberales no buscan en absoluto gobernar lo menos posible, pretenden al contrario gobernar todo hasta el último detalle. No producen «libertad», sino su continua limitación. No proponen la articulación entre libertad de mercado y Estado de derecho, sino que ponen en práctica la suspensión de la ya debilitada democracia. La gestión neoliberal de la crisis no duda en diseñar un «Estado máximo», que, una vez perdida toda autonomía en relación al capital, expresa su propia soberanía únicamente como control sobre la población.

Gubernamentalidad

La crisis saca a la luz los límites de una de las categorías más importantes de Michel Foucault, la de gubernamentalidad, y nos empuja a desarrollarla. Gobernar, según Foucault, no significa someter, comandar, dirigir, ordenar, normalizar. Ni fuerza física, ni prohibición, ni norma de comportamiento, la gubernamentalidad se limitaría a organizar, a través de una serie de reglamentaciones flexibles y adaptables, un ambiente que empuje, incite al individuo a actuar de un modo más que de otro. La crisis, en cambio, nos revela que las técnicas de gubernamentalidad son imposición, prohibición, norma, dirección, comando, orden y normalización. La gubernamentalidad deviene, de manera irreversible, autoritaria.

La privatización de la gubernamentalidad nos obliga a tomar en consideración dispositivos biopolíticos no estatales. Desde los años veinte se desarrollan tecnologías de governance basadas en el consumo, que progresivamente se han visto perfeccionadas con marketing, sondeos, televisión, internet, redes sociales. Estos dispositivos biopolíticos son contemporáneamente dispositivos de valorización, de producción de subjetividad y de control policial.

Lucha de clase

El capitalismo neoliberal ha instaurado y lidera una lucha de clases asimétrica porque sólo hay una clase: recompuesta en torno a las finanzas, en torno al poder de la moneda como crédito o al dinero como capital. La clase obrera ya no es una clase. Desde los años setenta el número total de trabajadores en el mundo ha aumentado enormemente, pero los obreros ya no representan una clase política y no la representarán nunca más. Los obreros tienen ciertamente una existencia sociológica, económica, pero la centralidad de la relación acreedor/deudor le ha confinado definitivamente a la marginalidad política. Partiendo de las finanzas y del crédito, el capital pasa continuamente al ataque. Partiendo de la relación capital/trabajo lo que queda del movimiento obrero está continuamente a la defensiva y asiduamente derrotado.

La nueva composición de clase surgida en los últimos decenios no ha pasado por la fábrica, constituida por una multiplicidad de situaciones de empleo, de no empleo, de empleo precario, de pobreza más o menos grande, está dispersa, fragmentada, precarizada y se encuentra todavía muy lejos de constituirse como «clase» política, incluso representando la mayoría de la población. Como los bárbaros a la caída del Imperio romano, perpetran incursiones rápidas e intensas, para replegarse rápidamente a sus territorios, desconocidos para la mayoría y, sobre todo, para los partidos y sindicatos. No toma posesión. Da la impresión de sondear su propia fuerza (demasiado débil todavía) y la del «Impero» (todavía demasiado fuerte), para después retirarse.

Finanzas

Periodistas, expertos, economistas y políticos están enfrascados en una multiplicidad de inútiles debates: ¿las finanzas son parasitarias, especulativas o productivas? Controversias ociosas, dado que las finanzas (y las políticas monetarias y fiscales que las acompañan) son la política del capital.

La relación acreedor/deudor introduce una fuerte discontinuidad en la historia del capitalismo. Es la primera vez desde que existe el capitalismo que la relación capital/trabajo ya no está en el centro de la vida económica, social y política. En treinta años de financiarización, el salario, de variable independiente del sistema, se ha convertido en variable de ajuste (siempre a la baja respecto al sueldo y al alza respecto a la flexibilidad y el tiempo de trabajo).

Trasversalidad

Lo que hay que subrayar no es tanto la potencia económica de las finanzas, sus innovaciones técnicas, sino el hecho de su funcionamiento como un dispositivo de governance transversal en la sociedad y en todo el planeta. Las finanzas operan transversalmente en la producción, en el sistema político, en el Welfare, en el consumo. La crisis de la deuda soberana confirma, profundiza, radicaliza en sentido autoritario las tecnologías de gobierno transversales, puesto que «estamos todos endeudados». Una organización de las luchas basada sobre una base nacional y sobre una división entre trabajadores a tiempo completo y precarios, entre sociedad y economía, entre economía y sistema político, es incapaz de resistir a la transversalidad de las finanzas.

Capital humano (o el emprendedor de sí mismo)

La crisis no sólo es económica, social y política. Es ante todo una crisis del modelo subjetivo neoliberal encarnado en el capital humano. El proyecto de sustituir al trabajador asalariado del fordismo con el emprendedor, transformando al individuo en empresa individual que gestione sus propias capacidades como recursos económicos que capitalizar, se ha derrumbado con la crisis de las subprime. Desde este punto de vista, la situación de los países ricos y la de los países emergentes, en lugar de divergir –con el estancamiento y el declive de los primeros y el crecimiento y el progreso de los segundos– converge en la producción de un mismo modelo de subjetividad, repetido a pesar de su fracaso: el capital humano (el neoliberalismo no tiene nada que ofrecer).

El capital humano implica un máximo de privatización económica y un máximo de individualización. Las políticas sociales, por el contrario, introducen siempre un mínimo (un salario mínimo, una renta mínima, servicios mínimos) para que el emprendedor se vea obligado a competir. Tal resultado puede lograrse también de manera diferente, como en Alemania, donde el salario mínimo no existe, pero existen ocho millones de trabajadores pobres.

La globalización capitalista ha hecho salir a de millones de pobres de la extrema miseria en el «sur» del mundo. En realidad, estas políticas no son en absoluto incompatibles con el neoliberalismo. Cuando se llevan a gran escala, como en Brasil, llegan incluso a configurarse como una experimentación capaz de proporcionar una fuerza de trabajo adecuada al capitalismo de los países emergentes. En Brasil, entre las muchas causas de la movilización de este verano de 2013, también está ésta. Tanto la minoría que ha salido de la pobreza extrema como la nueva composición de clase metropolitana en vías de empobrecimiento se encuentran no sólo frente a una macroeconomía organizada según los más clásicos principios neoliberales, sino también ante un Estado de bienestar de doble velocidad: por una parte, servicios sociales de mediocre calidad (mínimo de servicios) y por otra, buenas escuelas, un sistema sanitario que funciona, servicios de calidad, pero todo de pago. Para acceder a ellos hay que «movilizarse» y participar del darwinismo social en salsa «socialista». Sin embargo, se han movilizado con gran realismo por la justicia social y contra la versión «sur» del capital humano. En Europa el proceso es inverso (aquí el problema es el desmantelamiento de los servicios públicos gratuitos), si bien se llega al mismo resultado: la construcción de un Welfare de doble velocidad se ha acelerado con la crisis de la deuda..

Reformismo

El New Deal es imposible en el capitalismo neoliberal. El único reformismo que el capital ha practicado alguna vez, y que ha supuesto auténticos cambios, fue el utilizado para hacer frente a la crisis de 1929, medidas que son exactamente las contrarias a las reformas neoliberales. Neutralizó las finanzas (lo que J. M. Keynes denominó la eutanasia del rentier), distribuyó renta a través del consumo y los servicios sociales, atacó, tímidamente, la propiedad. Impuso la centralidad política de la relación capital/trabajo llegando a un compromiso con las organizaciones del movimiento obrero que dieron su consentimiento a cambio de empleo y los servicios indexados al trabajo. Construyó un «capital de subjetividad» en la figura del trabajador asalariado a tiempo completo, cosa que hoy ningún gobierno del planeta ha hecho, ha pretendido hacer ni hará. Incluso las recientes y heterogéneas experiencias de los gobiernos de izquierda en América Latina están lejos, muy lejos, de aproximarse a las condiciones del reformismo. Ciertamente no es culpa suya: en ausencia de relaciones de fuerza no existe ninguna posibilidad de imponer nada al capital financiero. Las revueltas brasileñas se apresuraron a recordar esta realidad al mundo entero y, en primer lugar, a los dirigentes del Partido de los Trabajadores, así como a aquellos que en Europa apuestan por las experiencias de los gobiernos de «izquierda» en América Latina (y en otros lugares).

Rechazo del trabajo

El ciclo de luchas iniciado en el 2008 y que ha atravesado tanto el Sur como el Norte del planeta se opone a la globalización de una forma más específica y menos «ideológica» que el ciclo de luchas precedente, iniciado en Seattle en 1999; poniendo en práctica el rechazo de la representación sindical y política, la autorganización, la utilización de lo que se llama red social, que no pocos confunden alegremente con la organización política. Pero, ¿«qué hacer» tras la espontaneidad de las revueltas? Asumiendo algún riesgo lanzamos varias hipótesis inevitablemente todavía abstractas.

Entender la acción política como una ruptura puede abrir perspectivas a las modalidades de expresión y de organización de los movimientos contemporáneos, haciendo emerger lo impensado de las revoluciones de los siglos XIX y XX. Las increíbles movilizaciones de este nuevo ciclo de luchas (Brasil, Turquía, Grecia, España, Egipto) son también, y al mismo tiempo, una desmovilización general, un rechazo del trabajo a la altura de la valorización capitalista contemporánea y de sus procesos de subjetivación, al igual que la huelga obrera era una acción que tenía su propio motor en la inactividad radical, en el bloqueo, en la inmovilización de la producción.

El movimiento obrero ha existido sólo porque la huelga fue al mismo tiempo un no movimiento, capaz de suspender los roles, las funciones y las jerarquías de la división del trabajo. Problematizar un único aspecto de la lucha, el aspecto del movimiento, ha sido un gran hándicap que hizo del movimiento obrero un acelerador del productivismo, de la industrialización, un propulsor del trabajo, de la creencia cientifista en la neutralidad de la ciencia y de la técnica. La otra dimensión de la lucha, aquella que implicaba el no movimiento del rechazo al trabajo, ha sido descuidada (excepción hecha del operaismo italiano) o problematizada de modo muy insuficiente por el postoperaismo, que la ha abandonado.

La imaginación política comunista, después de producir el «derecho a la pereza» de Paul Lafargue, yerno de Marx, polemizando con el «derecho al trabajo» de Louis Blanc, se ha limitado a leer este texto como un folleto para escandalizar a los burgueses, evitando enfrentarse a las implicaciones ontológicas y políticas que el rechazo del trabajo, la suspensión de la actividad y del mando abrían como posibilidad de escapatoria del modelo del homo faber, del orgullo de los productores y de su promesa prometeica de dominio sobre la naturaleza.

Ruptura

En todo acontecimiento político tienen que estar presentes diversas líneas que coexisten y pueden recomponerse u oponerse y luchar. Una línea (del interés) que se instala en las relaciones de poder, de significación y de dominio, para combatirlo; y una línea (del deseo o de lo posible) que suspende las relaciones de fuerza y de poder, neutraliza las significaciones dominantes, rechaza las funciones y los roles de mando y de obediencia implícitos en la división social del trabajo y crea un nuevo bloque posible.

La línea del movimiento tiene causas, persigue objetivos y abre a la lucha un espacio previsible, calculable, probable dentro de las relaciones de poder dadas. La línea de la desmovilización, a partir de la suspensión de las leyes del capital, se aventura a lo largo de un recorrido no calculable, impredecible, incierto, que un filósofo como Félix Guattari cree poder describir únicamente a través de un paradigma estético, porque la subjetividad y las instituciones, no están ya dadas, sino que son producidas según una lógica diferente de la económico-política.

Un acontecimiento político como el brasileño o turco de 2013 no cambia inmediatamente el mundo, ni la sociedad, se limita a operar un vuelco de perspectiva de la subjetividad y a abrir la posibilidad del paso de un modo de existencia a otro. La ruptura sólo representa un comienzo, un esbozo cuya realización es indeterminada, improbable, por no decir «imposible», según los principios del poder establecido.

Una lucha política no puede sino articular los dos momentos de la ruptura determinada por el acontecimiento político, pasando continuamente del uno al otro (de lo posible a su realización, y viceversa). Sin embargo, la línea del no movimiento, del rechazo de los roles y de las funciones, permanece estratégica y, para desarrollarse, para tomar consistencia, debe transformar la línea de los intereses y de las instituciones. La ruptura política viene de la historia y, a partir del momento no histórico –como diría Nietzsche, «intempestivo»– que determina, debe retornar a la historia, transformando las relaciones de poder y la subjetividad.

Esta doble dinámica, la existencia y las relaciones entre estas líneas, constituye el problema de la organización política contemporánea. Las posibilidades surgidas de la ruptura política son la puesta en juego en torno a las cuales se desencadena la batalla, para su realización o para su neutralización. Derrotarlas sobre la línea de las relaciones de poder preestablecidas, reprimir la subjetividad en formación a las funciones y a los roles fijados por la división del trabajo, separar la línea del movimiento de la línea del non movimiento y jugar la una contra la otra, es el objetivo de la institución capitalista y de la «izquierda».

Destitución/institución

Las dos líneas de acción política creadas por la ruptura proceden por vías diferentes. La línea del movimiento, reconociendo las relaciones de fuerza, las invierte para destituir las instituciones del capitalismo. Los dualismos del capital no son dialécticos, son reales y hay que deshacerlos seriamente. Sin la eliminación de los tres significados del término nomos (tomar, dividir, producir) tomado prestado de Carl Schmitt y capaz de definir todo orden político– el desarrollo de la línea de no-movilización sigue siendo una quimera. Sin la expropiación de los expropiadores («recuperar» no sólo las inmensas riquezas capturadas por financiarización y por la austeridad, sino también los conocimientos, los territorios existenciales, etc... ), sin una radical puesta en tela de juicio del individualismo propietario («dividir»), sin deshacerse del concepto de «producción», desde del origen mismo de la acción, la inacción del rechazo del trabajo no hace posible ningún proceso de nueva institución.

La línea del no movimiento, reconociendo el potencial creado por la ruptura, no se limita a enfrentarse a la lógica del capital, sino que se esfuerza en hacer la multiplicidad de los procesos de subjetividad (y de sus instituciones), que no son únicamente políticas sino también existenciales.

Las modalidades de expresión, de luchas y de organización no son las mismas a lo largo de las dos líneas. De ahí la dificultad para pensar el después de los «tumultos», porque ni el modelo del partido ni el modelo del sindicato son de gran ayuda para pensar y para tener juntas esta nueva y doble dinámica.

Representación

El rechazo de la representación está profundamente radicado en la nueva composición de clase y tiene sus propias razones (raíces) en las condiciones de la acción política contemporánea. La representación política presupone la identidad del representado, mientras que la línea de la desmovilización produce una suspensión de las identidades establecidas.

La representación implica funciones, roles, identidades que son las categorías socio-económicas de la división del trabajo. El rechazo del trabajo (metropolitano) pone en marcha, aunque sea por poco tiempo, una suspensión de las jerarquías y afirma la igualdad, más allá de la división de la sociedad en intereses. Jerarquía e intereses pueden ser representados porque remiten a la subjetividad ya instituida, pero no la realización de nuevas subjetividades y de nuevas instituciones.

La representación viene a colmar la ruptura y a cerrar la brecha abierta del acontecimiento político, aplastando las subjetividades y las instituciones futuras sobre las identidades y las relaciones de poder establecidas. Esta es la razón por la cual los movimientos desaparecen, por el momento, tan rápidamente del espacio público. Todavía no se dan las condiciones para imponer la autonomía política de su procesualidad constituyente (no sólo en términos político-jurídicos).

Lo posible

Como alternativa a las definiciones economicistas del capitalismo (cognitivo, cultural, inmaterial), Guattari propone definirlo como «una economía de lo posible». El capitalismo (y su poder) se define antes que nada como un control absoluto sobre lo que es posible y lo que no. La primera consigna del neoliberismo fue «no hay alternativa», es decir, no existe otra posibilidad sino aquella formulada por el mercado y por las finanzas. Y la crisis de la deuda soberana repite la misma cantilena: el hombre endeudado debe pagar, no tiene otra alternativa. No sólo es expropiada por la política del crédito/deuda la riqueza, los conocimientos o el futuro, sino lo posible mismo.

Y es a lo posible que se dirige el deseo, no simplemente a la libido o a la pulsión. Hay deseo sólo cuando, tras la ruptura de equilibrios precedentes, aparecen relaciones que antes eran imposibles. El deseo siempre es localizable a través de lo imposible que abre y a través de lo posible que crea.

Máquinas y signos

Las máquinas están en todas partes menos en la teoría crítica. Forman una especie de «capital constante social» constituido en gran parte por tecnologías numéricas. Los signos son los motores semióticos de tales máquinas y constituyen el lenguaje a-significante a través del que se comunican entre sí, con otros no humanos y con los humanos.

La trasversalidad de las finanzas sólo es eficaz porque hay un funcionamiento transversal a la sociedad en el conjunto de las máquinas y los signos. Las nanomáquinas numéricas y sus motores semióticos si instalan en la materia, en los cuerpos y en los objetos que ahora ya son animados, no sólo metafóricamente como en la teoría del fetichismo marxiano, sino también realmente, porque perciben, reciben y transmiten informaciones. Máquinas y signos entran así en nuestra vida cotidiana, produciendo nuevos tipos de sometimiento y servidumbre.

El capital es una relación social, que sin embargo no podemos reducir a la intersubjetividad. Las relaciones son inmediatamente maquínicas, en el sentido que están compuestas de humanos y de series cada vez más amplias de no humanos. El capital es una máquina social desde la que derivan las máquinas técnicas.

El capital es un operador semiótico

El capital es un operador semiótico y no lingüístico, y la diferencia es relevante. En el capitalismo los flujos de signos (la moneda, los algoritmos, los diagramas, las ecuaciones) actúan directamente sobre los flujos materiales, sin pasar por la significación, la referencia, la denotación, categorías de la lingüística insuficientes para dar cuenta del funcionamiento de la máquina capitalista. La semiótica a-significante de la moneda, de los algoritmos, funcionan independientemente del hecho que signifiquen algo para alguien. No están encerrados en el dualismo significante/significado. Son signos-operadores, signos-potencia, cuya acción no pasa a través de la conciencia y la representación (acción diagramática). El capitalismo es maquinocéntrico y no logocéntrico, razón por la que necesitamos una semiótica y no simplemente una lingüística.

Fuerza

Hay una última y fundamental condición para empezar a instituir lo que surge de la ruptura del acontecimiento, para poder aunque sólo sea imaginar darse una modalidad de organización macro-política: la capacidad de bloquear la valorización capitalista, la posibilidad de establecer las relaciones de fuerza y mantenerlas. En una lucha de clases con fuerzas asimétricas, es inútil actuar como mediadores, embajadores, diplomáticos. El capital no tiene necesidad de ninguna mediación, porque, no sintiéndose amenazado, no precisa llegar a acuerdos con nadie. La relación de fuerza está a su favor y puede hacer, más o menos, lo que quiera.

La lucha de clases sigue adelante con determinación y con toda la violencia necesaria exclusivamente por parte de la clase que se recompone alrededor de la financiarización. Lo real está siempre y una vez más dominado por las leyes del capital, entre las cuales la más temible es la introducción del infinito en la producción y en el consumo. Es imposible definir una política sin un análisis del capital, por un lado, y una práctica de la lucha de clases y del contrapoder, por otro.

 

* Traducción de n-1.